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Un estudio del Hospital de Getafe confirma la relación de la fragilidad con discapacidad, hospitalización y mortalidad

La fragilidad es un síndrome biológico asociado a la edad que aumenta el riesgo de sufrir eventos adversos, pero que es dinámico y potencialmente prevenible y reversible. El estudio, publicado por la revista científica “Journal of Cachexia, Sarcopenia and Muscle”, ha analizado las diferentes trayectorias de fragilidad en base a una escala llamada Rasgo de Fragilidad 5 (FTS5, siglas en inglés) y se han relacionado con efectos adversos en este grupo de edad.   

Como base para este trabajo, los investigadores han utilizado datos de 975 participantes del Estudio de Toledo en Envejecimiento Saludable (ETES), una cohorte de adultos mayores de más de 65 años. Las trayectorias de fragilidad se obtuvieron de los datos recogidos en dos evaluaciones (2006-2009 y 2011-2013), distanciadas en cinco años. Posteriormente a esta segunda evaluación, la discapacidad se evaluó a los tres años, la hospitalización se reportó hasta 2016 (con una mediana de cuatro años) y la mortalidad hasta 2019 (con una mediana de casi siete).

La fragilidad se evaluó a través del FTS5 que evalúa cinco aspectos centrales de la fragilidad: la actividad física, la velocidad de la marcha, la fuerza de presión manual, el índice de masa corporal y el Test de Romberg para medir el equilibrio de pie. En este estudio se encontraron cinco trayectorias, lo que confirma el dinamismo de la fragilidad. En tres de ellas aumentaba, aunque partían de niveles iniciales distintos (puntuaciones de fragilidad bajas, leves y moderadas), en una se mantenía en niveles moderados y en la otra en leves.

Relevancia de los resultados

Según explica el Dr. Leocadio Rodríguez Mañas, coordinador del grupo de Investigación de Geriatría de la Fundación para la Investigación Biomédica del Hospital Universitario de Getafe, “este hallazgo es importante ya que, aunque la fragilidad tiende a aumentar con el envejecimiento de la población no ocurre esto en todos los adultos mayores”.

Aquellos sujetos que tenían puntuaciones moderadas de fragilidad y las mejoraron, no tenían diferencias estadísticamente significativas con respecto al riesgo de sufrir eventos adversos respecto a la trayectoria de referencia, compuesta de los participantes que empezaban con puntuaciones de fragilidad más bajas y empeoraron, mientras que el resto de las trayectorias sí presentaron un riesgo aumentado para todos los eventos estudiados. Este hallazgo se mantuvo incluso cuando se ajustaron por posibles confundidores, como son la edad, el género o el estado cognitivo, entre otros.

Los investigadores han demostrado que la fragilidad es un constructo fisiológico continuo en el que el riesgo de sufrir eventos adversos aumenta según aumenta la fragilidad evaluada mediante esta escala.

El primer firmante del trabajo, Alejandro Álvarez Bustos, del CIBERFES, destaca que “la relevancia clínica de este hallazgo respalda la evaluación de la fragilidad para complementar la evaluación del estado de salud de los adultos mayores y su relación con posibles eventos adversos, y complementa investigaciones anteriores que indican que la reducción de la carga de fragilidad es efectiva para reducir el riesgo de resultados adversos en la vejez”.

Los resultados respaldan la fragilidad como una construcción fisiológica continua con una relación dosis-efecto proporcional frente a los resultados adversos. Este estudio contribuye a ampliar la noción de naturaleza dinámica de la fragilidad y apunta hacia la asociación de su reducción de carga y reducción del riesgo de eventos adversos como mortalidad, hospitalización y discapacidad. En definitiva, las intervenciones adaptadas al estado de fragilidad individual podrían tener un impacto positivo en la carga económica y de salud pública de la fragilidad.

En definitiva, las intervenciones adaptadas al estado de fragilidad individual y a prevenir su evolución negativa mediante potenciación de hábitos saludables y de la vida activa a partir de los 65 años, podrían tener un impacto positivo en la carga económica y de salud pública de la fragilidad, evitando el alto coste social de la discapacidad y la dependencia, colaborando en la sostenibilidad del sistema sanitario.


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